Hay palabras que son insustituibles. La fuerza dramática de un adjetivo bien colocado no se puede cambiar por nada. Ejemplo es la palabra pendejo. La palabra se entiende de igual manera entre los veintitantos países de habla hispana. Un pendejo en España sigue siendo el mismo pendejo en Méjico. Hasta en la Patagonia el pendejo es: pendejo. Ni más ni menos.
Aunque este no es el tema. El tema realmente es la vida. Traje a la mesa la palabra pendejo porque tiene que ver con el fundamento de la vida misma. Y como dije al principio es insustituible en esta conversación.
Hace unos años, demasiados ya, tuve la epifanía de que la vida es una cogida de pendejo. (Tienen que estar de acuerdo conmigo, no hay manera que “una tomadura de pelo”; “un timo”; o “un engaño” comunique lo mismo que “una cogida de pendejo”.) Desde el principio hasta el final todo el tiempo la vida te está cogiendo de pendejo. Y lo digo en serio. Claro, mientras más viejo eres más fácil es darse cuenta del asunto. Mirando hacia el pasado nadie se equivoca. Y puedes darte cuenta de que todo lo que te habían hecho creer es falso. Era sólo una manera de amoldar tu comportamiento. Controlarte. O sea, cogerte de pendejo.
¿Es o no cierto que siempre te dijeron que estudiaras mucho, que trabajaras fuerte para que puedas tener un retiro tranquilo? Es cuando ves que tu hermano menor, que siempre fue un irresponsable, qué se pasaba el día vagabundeando, un ‘bueno para nada’, termina casándose con la millonaria que conoció en la playa y vive ahora como un Pachá en Francia, ahí es que te das cuenta que todo lo que te dijeron en la escuela, la iglesia y en tu casa, era una mentira. ¡Pura mentira!
Una cogida de pendejo.
Sunday, December 14, 2008
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